Cuando Cristo dijo que “los campos ya están blancos para la siega”, hablaba de que “el campo es el mundo”. Algunos argumentan que la Gran Comisión fue solo para los discípulos de Cristo y no para hoy. Pero la Iglesia como depositaria del evangelio, tiene un serio deber que cumplir. Los que niegan este deber, con su falta de obediencia a su claro mandato, niegan a su Señor.
Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones…” (Mateo 28:19).
Las circunstancias, los consejos de hermanos y un sentimiento de paz son formas de conocer la voluntad de Dios para nosotros. Pero nuestra búsqueda de la voluntad de Dios, ¿comienza realmente en el lugar correcto? ¿Podemos, legítimamente, considerar primero nuestros propios deseos, circunstancias y necesidades, y luego procurar la dirección de Dios?
La vida de Cristo nos sugiere que debemos invertir el orden de nuestra búsqueda. Él dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió…” (Juan 4:34). Cristo comenzó por comprender la voluntad de Dios, sus deseos y propósitos. Luego ajustó su vida y sus acciones en conformidad con esa voluntad.
¿Cómo conoció el Señor Jesús la voluntad del Padre? Estaba íntimamente empapado con las Escrituras. A menudo expresaba: “Como está escrito…”. Conocía perfectamente el propósito de Dios tal como estaba en la Palabra. Cristo comprendió que su papel particular consistía en el cumplimiento de esa Palabra y, a través de la oración, se comprometió a la obediencia: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Cristo no eligió según sus propios deseos, ni permitió ser influido por circunstancias o expectativas de otros. Él permaneció obediente aun cuando fue tentado por Satanás a tomar una ruta corta hacia el gobierno del mundo. Y eligió la obediencia inclusive cuando esta significó el sufrimiento y una muerte cruel en la cruz.
Cristo, la Gran Comisión y su Iglesia:
Si observamos a la Iglesia primitiva, vemos con claridad que Cristo intentó durante todo el tiempo que sus discípulos fueran los líderes de la primera comunidad de creyentes que habría de reunirse en su nombre. Nos parece extraño que sus instrucciones finales no tengan ninguna relación con los asuntos del gobierno de la Iglesia, ni con el tipo de edificios que debían ser erigidos o el orden de los servicios, sino que Él habla acerca de ir y hacer discípulos a todas las naciones.
Si reconocemos que Él establece su Iglesia y que esta debe ser el agente de Dios para la continuación del cumplimiento de su propósito en el mundo, entonces podremos ver que las palabras últimas de Cristo de “ir y hacer discípulos” fueron muy oportunas.
Cristo no ignoraba el hecho de que estos hombres pronto iban a necesitar información adicional sobre el funcionamiento de la Iglesia. Él había prometido darles el Espíritu Santo, el cual había de guiarlos a toda la verdad. Igualmente valioso fue el entrenamiento que les dio durante el curso de los tres años de su ministerio terrenal. Les había demostrado el principio más importante del liderazgo: el servicio, y les había dado su nuevo mandamiento de “amarse los unos a los otros”, como la base de toda relación personal. El amor debía ser el vínculo por medio del cual la Iglesia de Cristo se ligaría.
Mientras Él los entrenaba, a la vez ampliaba la visión de los discípulos, de tal manera que estos iban comprendiendo el propósito para el cual la Iglesia existía. Jesús les dio una perspectiva hacia todas las naciones. Los desafió a que miraran los campos “porque ya están blancos para la siega” y les dio a conocer en términos ciertos que “el campo es el mundo”. Al entrenarlos para trabajar con amor, se aseguraba que la Iglesia entendiera la base sobre la cual debía funcionar internamente Al darles una perspectiva hacia todas las naciones, se aseguraba que la iglesia comprendiera su propósito en el mundo.
La iglesia y su deber:
Siempre ha habido gente que argumenta que la Gran Comisión únicamente se aplicó a los discípulos de Cristo y que la iglesia no tiene que identificarse con esa perspectiva. Pero esta posición está directamente en contra de la voluntad de Dios revelada a su pueblo. Como depositaria del evangelio, la Iglesia tiene un serio deber que cumplir. Los que niegan este deber, con su falta de obediencia a su claro mandato, niegan a su Señor.
En los últimos versículos de Mateo 24 y en el capítulo 25, las enseñanzas de Cristo se relacionan con su segunda venida y con lo que harán, mientras lo esperan, aquellos que le profesan fidelidad. A los que reconocen a Cristo y su soberanía se les ha confiado la preciosa posesión del evangelio. Además, Cristo siempre ha otorgado dones a sus discípulos, para que funcionen en conjunto a fin de glorificarle y edificar su Iglesia. Es esta Iglesia, en sus muchas y variadas expresiones, la que debe llevar a cabo el gran trabajo de la evangelización del mundo.
Responsabilidades y privilegios de la Iglesia:
El libro de los Hechos describe el papel de la Iglesia en la evangelización del mundo entonces conocido. Testimonio dinámico, persecución y equipos misioneros fueron elementos usados por Dios para desarrollar esta labor. Aunque Pablo fue llamado de una forma única y preparado como apóstol, tan solo debido a su obediencia a la voluntad de Cristo se manifestó en su ministerio efectivo. Mucho crédito merecen también los que se unieron a él para los esfuerzos específicos de su misión.
La fundación de comunidades de creyentes que continúen viviendo sus vidas en “koinonía”, es la meta de la evangelización. Como un organismo vivo, cada iglesia crece y se reproduce a sí misma mediante el testimonio, el establecimiento de iglesias hijas y el envío de equipos misioneros. Cada iglesia tiene el deber sagrado de cumplir su parte, en cuanto a la Gran Comisión del Señor, según los dones y la habilidad que Él le haya concedido.
Extraído de “Misión mundial”, por Jonatán P. Lewis, Editorial Unilit.